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Ser judío

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  Por Gastón Sprejer Cuando uno concurre a escuelas o instituciones judías desde chico naturaliza diferentes medidas de seguridad que atraviesa constantemente: pilotes en la vereda, revisión de bolsos, pedido de documentos, entre otras cosas. Son ya parte del paisaje y uno las pasa casi sin preguntarse. Particularmente yo nací después de los atentados de la Embajada de Israel y de la AMIA, crecí con esas medidas de seguridad. Los homenajes, los actos, los minutos de silencio siempre fueron parte de lo cotidiano. Hay algo del ser judío que está muy atravesado por la sensación de peligro. El año pasado participé de una charla con una hija de una sobreviviente de la Shoá que nos contó la historia de su familia. Una de las frases que más marcada me quedó fue cuando dijo que "los judíos tenemos que tener solamente dos hijos para que, cuando haya que salir corriendo, podamos agarrar a cada uno de la mano". Con este tipo de relatos fuimos creciendo, son parte de nuestra formación. C

Resonancia sonancia sonancia...

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Autor: Claudio F. Sprejer No pude dormir más pero, a diferencia de otra infinidad de veces, no me resistí. Me levanté y comencé mi ritual de café y Scrabel virtual, siempre suponiendo que armar palabras hace bien, que el cerebro de un viejo se ejercita. En realidad, presuponiendo, o confiando en algún artículo de ciencia barata o en algún reel pedorro de Instagram. Cada vez me pasa más que la gente (¿ o quizás yo mismo?) repite “ verdades ” de anónimos de Instagram con delirios de fama y canjes: “ entrenar con juegos de razonamiento lógico nos aleja del Alzheimer ”. De ese ritual de la vida en pandemia aún no me pude escapar, como tampoco pude hacerlo de la radio AM encendida después de que te vence el primer sueño y te atrapa con el primer despertar. Ese primer despertar atrae los pensamientos de la noche plagados de paranoias, miedos, broncas y rencores y, uno tibiamente pretende taparlo con la voz de un locutor que cuenta, casi invariablemente, malas noticias, porque este es un paí

Veinticuatro por tres sesenta y cinco

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Por Claudio Sprejer Me veo en el colegio, charlando con mi habitual (¿fingido?) buen humor con los preceptores. Mientras vamos bajando por las escaleras de madera, acostumbrados a elevar la voz por el ruido ambiente que se suma a los crujidos de la vieja estructura que se va a caer pero nunca se cae, oigo desde la boca de uno de los adultos el relato de un pibe y su extraña reacción como una manera creativa más de no hacerse cargo de alguna situación. Mientras escucho y, bajamos escalón por escalón, pienso (sueño que pienso), que ahí va la historia de un alumno que no se hace cargo que pertenece a una familia que no puede hacerse cargo contada por un preceptor que no se hace cargo a un profesor que quizás tampoco se haga cargo. Las personas pasan pero las instituciones quedan. Pisando ya el piso de pinotea de la planta baja, damos siete u ocho pasos rectos hacia la salida. Bajamos los tres escalones de mármol y giramos hacia la izquierda mientras, se me ocurre ensayar una respuesta de

Besos

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   Por Claudio F. Sprejer Tuvimos aquel encuentro de miradas en el exacto momento en el que ella me acomodó el pañuelito sobre mi cuello frente al espejo del baño, entonces sentí lo que sentí. Fue al mismo tiempo en el que comprendí que había sentimientos que no necesitaban explicación alguna, que se entendían en el mismo instante en el que sucedían. La tele se escuchaba sonar desde el comedor. Minutos antes, casi a la pasada había visto la cara de uno de los de la junta militar diciendo vaya a saber qué cosa por cadena nacional, así que casi por reflejo pasé de largo y entré al baño dejando sin querer la puerta abierta, lo que desencadenó la entrada de Victoria y las miradas. Silvi había percibido todo, así que me advirtió enseguida que ella tenía novio en Buenos Aires, por lo que en la despedida de aquella madrugada me limité a darle el teléfono del negocio de mi viejo para que me llamara algún día, pero eso lo hice sin albergar ninguna esperanza. Como me quedaban unos billetes más

No era Tinder

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  Por Claudio F. Sprejer Probabilidad y estadística no era una asignatura placentera para mí, además de que progresivamente la universidad estaba dejando de interesarme. Posiblemente, yo continuaba repitiendo mi argumento juvenil de no querer tomarme las cosas en serio, de siempre querer jugar. Si la universidad significaba comprometerse a un método de estudio, prestar atención y cumplir, entonces ya no era atractivo para mí, así como en el pasado dejaron de serlo aquellas clases de teatro en las que en vez de jugar con improvisaciones pretendieron imponer un libreto.  Aquél día llegué a la facultad pensando más en las tertulias del bar que en la clase a cursar, pero al buscar a mis amigos con la intención de ganar adeptos para la vagancia, me sorprendió la entrada del profesor al aula, visiblemente enojado. La escena cautivó mi interés. Él caminaba por el escenario rápido y resuelto. Su jean gastado con la camisa escocesa y los mocasines opacos, sumados a su pelo revuelto y los anteoj

Demostración por el absurdo

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  Por Claudio Sprejer ¿Qué es la seguridad? " Seguridad (latín securitas): Confianza, tranquilidad de una persona procedente de que no hay ningún peligro que temer. " O sea, según mi Pequeño Larousse Ilustrado (digámosle Google), la seguridad es un sentimiento que proviene de la confianza, pero la confianza a su vez es otro sentimiento que tiene que ver con el conocimiento. Explicándolo de una manera más gráfica, hace treinta años, cuando iba a pagar la cuenta de mi teléfono a un banco, me atendía un cajero al que yo le daba mi boleta y mi dinero. Él, a cambio, me devolvía un sello impreso con el logotipo del banco y yo con eso me iba tranquilo a casa. Ahora bien: ¿Cómo podía yo estar seguro de que mi dinero iba del banco a la empresa de teléfonos? ¿Cómo podía saber si la empresa no iba a decir que el pago no fue efectuado y a rescindirme el servicio? Y si profundizo el nivel de dudas: salvo en el Newtoniano principio de acción y reacción (hablando en términos físicos), no ha

¿Dónde está Frederick?

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Por Claudio Sprejer Lo vi llegar en época de cambios. En realidad, en este trabajo siempre es época de cambios, por lo cual debería marcar como espacios llamativos las épocas de tranquilidad. Mi trabajo es como mi país, el quilombo permanente predomina y, cada tanto, un periodo de tranquilidad permite rearmarse para el próximo terremoto. Llevo veintitantos años acá y siempre fue así… por momentos caigo en la endeble e inocente ilusión de ser yo quien logre modificar ese estigma, pero nunca lo he logrado. Puras fantasías. Como dije, lo vi llegar en época de cambios, de la mano de la nueva gerente general, haciéndole el típico favor al chico que necesita del trabajo sin medir otras cuestiones. “Es un buen pibe, acá tiene que andar bien”, le dijo la gerente a la mamá que había sido vieja compañera de batallas en el pasado. Y a mí, cuando lo conocí, también me pareció un buen pibe. De estatura más bien baja, casi siempre vestía con chombas a rayas y jeans. Su extrema movilidad corporal, d