Ser judío

 Por Gastón Sprejer

Cuando uno concurre a escuelas o instituciones judías desde chico naturaliza diferentes medidas de seguridad que atraviesa constantemente: pilotes en la vereda, revisión de bolsos, pedido de documentos, entre otras cosas. Son ya parte del paisaje y uno las pasa casi sin preguntarse.

Particularmente yo nací después de los atentados de la Embajada de Israel y de la AMIA, crecí con esas medidas de seguridad. Los homenajes, los actos, los minutos de silencio siempre fueron parte de lo cotidiano. Hay algo del ser judío que está muy atravesado por la sensación de peligro.


El año pasado participé de una charla con una hija de una sobreviviente de la Shoá que nos contó la historia de su familia. Una de las frases que más marcada me quedó fue cuando dijo que "los judíos tenemos que tener solamente dos hijos para que, cuando haya que salir corriendo, podamos agarrar a cada uno de la mano". Con este tipo de relatos fuimos creciendo, son parte de nuestra formación. Cada antepasado tiene su propia historia de persecución y sufrimiento y un precepto del judaísmo es la transmisión de generación en generación. 


Sin embargo, tal vez ingenuamente, creía que había un status quo de tranquilidad ya instalado. Que las historias de los más grandes eran solo eso, historias. Incluso me parecía exagerado cuando las personas ocultaban su identidad judía por miedo. Que las medidas de seguridad eran parte del paisaje de las instituciones judías pero que habían perdido el sentido. 


Pero el 7 de octubre hubo algo que nos (me) transformó. No quiero entrar en detalles políticos, ni opiniones personales acerca del conflicto. No es el objetivo de este texto. No va por ahí. A partir del 7 de octubre hay algo del discurso de nuestros antepasados que se siente actual. El miedo, el horror, se conjugan en presente. Hoy vemos la tragedia en Tik Tok, en Instagram, en color, con sonido, con la última tecnología. Ya no es un relato de una abuela. Ahora es un relato nuestro. 


El 7 de octubre fue la primera bomba que cayó en el corazón de los que son de mi generación. La generación de los pilotes. Los que crecimos naturalizandolos pero que a la vez pensábamos que era algo que había quedado viejo.


Creo que uno de los ejercicios más grandes que debemos hacer ahora es desnaturalizar las cosas para evitar que se conviertan en normales. 


“¿Por qué te pone tan mal lo que pasa en Israel si sos Argentino? ¿Por qué lo que pasa en Israel repercute tanto en los judíos del mundo?” son preguntas que me hicieron durante este mes. En realidad son preguntas que también me hago. Cuando trato de pensar y repensarlas siempre se me viene a la cabeza a Drexler cuando canta: "Yo soy polvo de tu viento, y aunque sangro de tu herida, y cada piedra querida, guarda mi amor más profundo, no hay una piedra en el mundo, que valga lo que una vida."




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