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Mostrando entradas de agosto, 2022

Siete segundos

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  Por Claudio Sprejer Los sábados a la mañana porteños no tienen apuro, la fila de la verdulería funciona como centro de reunión vecinal y Buenos Aires completa juega a la pelota, no al fútbol que “es otra cosa” como diría el diez de boca. La velocidad de mi andar de ese día por la calle Ramirez de Velazco respondía al tiempo en el que mi vista podía observar cada uno de los graffitis auriazules evocando al bohemio que dominaban el espacio de Villa Crespo en combinación con mi destreza (o no) para esquivar calles rotas o pisar algún resto de excremento canino.  Durante ese caminar, a continuación de un escudo de Atlanta, vi un cartel que anunciaba que, dentro de ese lugar, se jugaba al fútbol 5, lo cual, casi instintivamente me provocó a entrar sin preguntar. Los tres escalones que precedían al bar, con unas pocas mesas vacías, no ayudaban en nada a adivinar el paisaje que aparecía inmediatamente después, al atravesar la puerta trasera. La cancha era como un milagro, un agujero rectang

El padre de un sabio

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Por Claudio F. Sprejer Camino por Puan pensando en buscar un buen bar para armar mi bunker. - Hay uno en la esquina que se llama “Sócrates” - ¿Es bueno? - No sé, nunca fui… - Pero al filósofo dueño del boliche, ¿me lo recomendás? Le saco de entre sus nervios pre-examen una sonrisa tibia y le doy un beso de despedida. Él entra y yo sigo caminando. Once años atrás yo hubiese buscado algún escondite para espiarlo, para ver si se anima a algún pase de faja, o una bandeja, un tapón mágico o un tiro de tres. Él hubiera detectado que estoy sentado por ahí y me hubiese dedicado un “shhh…” marcando claramente los límites entre padre espectador y deportista en cancha. Voy en dirección  a Pedro Goyena. Un portero me salpica apenas con el chorro de su manguera. Ese atisbo de humedad en mis pies me hace cambiar de plan. No pide disculpas, pero lo comprendo porque en realidad me acaba de regalar una sensación placentera. Estoy sensible. Cruzo y busco alguna calle silenciosa. Percibo

Las calles paralelas

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 Por Claudio Sprejer  Antiguamente, la gente solía leer los diarios en papel. La costumbre, al menos en la sociedad porteña, era recibir el diario todos los días en cada casa. Dependiendo del nivel adquisitivo o de la época económica imperante, cada familia recibía un combo diferente. En casa nos llegaba Clarín a la mañana, La Razón (la sexta edición que salía más cercana a la noche y se destacaba por su primera plana con los resultados del fútbol) a última hora de la tarde casi noche y, una vez a la semana traían la Anteojito y la Para Ti o la Revista Gente. En épocas en las que mi vieja se dedicaba a diseñar, recibíamos la revista Burda que, dicho esto de manera delicada, contribuyó en parte a mi despertar adolescente en función de algunas fotos en las cuales los cuerpos de las modelos se manifestaban algo más que insinuantes al menos para un chico de 13 o 14 años viviendo bajo un régimen de prohibiciones vinculadas al imperante gobierno militar. Si ibas en el colectivo, en el tren o