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Mostrando entradas de agosto, 2018

Historia

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Por Alejandro Castiglioni Sonó el timbre y segundos después la profesora entró en el aula. Era temprano, ocho en punto. Había cierta expectativa porque era nuestra nueva profesora de Historia de segundo. Me senté derecho y la miré. Tuve un momento de sorpresa. Ella ordenaba los papeles y los libros en el escritorio. Sus movimientos eran definidos, pero no se apresuraba, dilataba deliberadamente el inicio de la clase. Después de unos instantes nos miró. No tenía aros, ni collares, ni estaba maquillada como las otras profesoras. El pelo le llegaba hasta los hombros. Entonces ella comenzó. Laura se llamaba. Hubo una leve vibración en el aula y se hizo un silencio. Su voz era clara y firme. No gritaba, nunca nos gritó. Se la notaba serena. De vez en cuando nos sonreía. Y nosotros que teníamos la costumbre de buscar en los nuevos profesores las debilidades por donde hacernos un festín, supimos de inmediato que con ella no funcionaría.   Yo estaba deslumbrado; no podía dejar

Club de rateros Olivos (un relato ochentoso)

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Por Claudio Sprejer  Había tenido un segundo año en el colegio bastante problemático con mis rateadas. Le tomé tanto el gusto a la cosa que, totalmente descontrolado llegué a tener veintitrés faltas y media cuando en mi casa sabían sólo de seis o siete; pero todo se detonó por algo totalmente imprevisto: me llevé Instrucción Cívica a marzo absurdamente por no asistir a clase de esa materia en el último bimestre.  Yo tenía la fantasía de que la profesora me iba a poner el cuatro que necesitaba porque sí, pero ella me calificó ausente como realmente correspondía. Absolutamente desesperado, al llegar diciembre escondí el boletín de notas (mis viejos ni sabían de la existencia del otro boletín de faltas, que firmaba yo sistemáticamente desde hacía ya bastante tiempo). Un hecho fortuito aceleró mi caída: un día fue a comprar al negocio de mi papá el secretario del colegio. Mi viejo entonces, aprovechó la oportunidad, se presentó luego de indagar un poco y, finalmente, le contó acerca

Él y los demás

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Autor: Rafael Calomino Luisito era más inteligente que todos nosotros. Alumnos, profesores y el colegio mismo le quedaban chico. Vivíamos una época muy represiva y la educación, como sabemos, promocionaba lo peor de la sociedad. Al menos y para ser justo, así era nuestro secundario y muchos de los colegios religiosos católicos que inundaban Buenos Aires; pero con Luisito no podían. Él tenía el don de… de… ¿cómo explicarlo? Era seductor, atrevido, sumamente inteligente, oportunista, inesperado, podría llenar la página con elogios y no me alcanzaría para mostrar un instante de su genialidad. Era el único que, hiciera lo que hiciera, no daba margen para ser sancionado, inclusive los profesores que gozaban aplicando medidas represivas quedaban atrapados en su talento. Va un ejemplo. Lo mandaron a sentarse en primera fila; al menos, lo tenían controlado si se copiaba. Su compañero de banco era un chupa medias furioso y, como recompensa, los curas, lo ungieron como el mejor de

Sonrisas verdes de té y esperanza

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Por Shiru Lerner Después de dar una vuelta por Ban Kham, un pueblo chico de no más de 100 casas, compartiendo té con algunas vecinas, miradas con otras, risas con algunos niños, llegué a la escuela. Como eran las 18.30, los chicos ya no estaban. La escuela quedaba en el punto más alto del pueblo así que decidí regalarme uno de los atardeceres más bonitos del viaje. Me sentí abrazada por la energía del sol poniente y por su aire fresco con aroma a especias. Dos maestras que viven ahí porque sus casas quedan en otras ciudades alejadas, se sentaron junto a mí para acompañarme y al ratito de charlar me invitaron a ver a los chicos la mañana siguiente. Tanto insistí que le gané por cansancio a Tun Tun, el muchacho local que habla inglés, para que fuéramos a primera hora y entonces empezar un rato más tarde nuestro trekking. Me desperté ansiosa y llegué a la escuela minutos antes de que empiece la clase; ver arribar a los alumnitos poco a poco, todos con su morral colorido, sus cu

JuanPi

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Por Andrea Meritello Caminaba solo a unos cinco metros delante de mí por la calle Güemes. Al principio no le presté atención ni lo reconocí: era temprano y yo corría al trabajo mientras pensaba muchas cosas al mismo tiempo (los adultos siempre pensamos muchas cosas al mismo tiempo). Él iba apurado pero sus pasos eran livianos, como si tuviera resortes en sus zapatillas, como si la mochila del superhéroe no le pesara tan llena de libros, como si no tuviera preocupaciones, como si fuera un niño de diez años. Un niño de diez años sin preocupaciones. Resumiendo: un niño de diez años sin preocupaciones camina cinco metros delante de mí, una adulta de unos cuantos más con muchas cosas en la cabeza al mismo tiempo, cosas que parecen preocupaciones pero sólo son ruido, “ruido mental” (mi abuela siempre decía eso). Me apuré porque llegaba tarde. Lo pasé al trotecito. Lo reconocí por su pelo brillante, porque el viento le jugaba en los mechones mientras rebotaba en la vereda ha