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¿Dónde está Frederick?

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Por Claudio Sprejer Lo vi llegar en época de cambios. En realidad, en este trabajo siempre es época de cambios, por lo cual debería marcar como espacios llamativos las épocas de tranquilidad. Mi trabajo es como mi país, el quilombo permanente predomina y, cada tanto, un periodo de tranquilidad permite rearmarse para el próximo terremoto. Llevo veintitantos años acá y siempre fue así… por momentos caigo en la endeble e inocente ilusión de ser yo quien logre modificar ese estigma, pero nunca lo he logrado. Puras fantasías. Como dije, lo vi llegar en época de cambios, de la mano de la nueva gerente general, haciéndole el típico favor al chico que necesita del trabajo sin medir otras cuestiones. “Es un buen pibe, acá tiene que andar bien”, le dijo la gerente a la mamá que había sido vieja compañera de batallas en el pasado. Y a mí, cuando lo conocí, también me pareció un buen pibe. De estatura más bien baja, casi siempre vestía con chombas a rayas y jeans. Su extrema movilidad corporal, d

Siete segundos

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  Por Claudio Sprejer Los sábados a la mañana porteños no tienen apuro, la fila de la verdulería funciona como centro de reunión vecinal y Buenos Aires completa juega a la pelota, no al fútbol que “es otra cosa” como diría el diez de boca. La velocidad de mi andar de ese día por la calle Ramirez de Velazco respondía al tiempo en el que mi vista podía observar cada uno de los graffitis auriazules evocando al bohemio que dominaban el espacio de Villa Crespo en combinación con mi destreza (o no) para esquivar calles rotas o pisar algún resto de excremento canino.  Durante ese caminar, a continuación de un escudo de Atlanta, vi un cartel que anunciaba que, dentro de ese lugar, se jugaba al fútbol 5, lo cual, casi instintivamente me provocó a entrar sin preguntar. Los tres escalones que precedían al bar, con unas pocas mesas vacías, no ayudaban en nada a adivinar el paisaje que aparecía inmediatamente después, al atravesar la puerta trasera. La cancha era como un milagro, un agujero rectang

El padre de un sabio

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Por Claudio F. Sprejer Camino por Puan pensando en buscar un buen bar para armar mi bunker. - Hay uno en la esquina que se llama “Sócrates” - ¿Es bueno? - No sé, nunca fui… - Pero al filósofo dueño del boliche, ¿me lo recomendás? Le saco de entre sus nervios pre-examen una sonrisa tibia y le doy un beso de despedida. Él entra y yo sigo caminando. Once años atrás yo hubiese buscado algún escondite para espiarlo, para ver si se anima a algún pase de faja, o una bandeja, un tapón mágico o un tiro de tres. Él hubiera detectado que estoy sentado por ahí y me hubiese dedicado un “shhh…” marcando claramente los límites entre padre espectador y deportista en cancha. Voy en dirección  a Pedro Goyena. Un portero me salpica apenas con el chorro de su manguera. Ese atisbo de humedad en mis pies me hace cambiar de plan. No pide disculpas, pero lo comprendo porque en realidad me acaba de regalar una sensación placentera. Estoy sensible. Cruzo y busco alguna calle silenciosa. Percibo

Las calles paralelas

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 Por Claudio Sprejer  Antiguamente, la gente solía leer los diarios en papel. La costumbre, al menos en la sociedad porteña, era recibir el diario todos los días en cada casa. Dependiendo del nivel adquisitivo o de la época económica imperante, cada familia recibía un combo diferente. En casa nos llegaba Clarín a la mañana, La Razón (la sexta edición que salía más cercana a la noche y se destacaba por su primera plana con los resultados del fútbol) a última hora de la tarde casi noche y, una vez a la semana traían la Anteojito y la Para Ti o la Revista Gente. En épocas en las que mi vieja se dedicaba a diseñar, recibíamos la revista Burda que, dicho esto de manera delicada, contribuyó en parte a mi despertar adolescente en función de algunas fotos en las cuales los cuerpos de las modelos se manifestaban algo más que insinuantes al menos para un chico de 13 o 14 años viviendo bajo un régimen de prohibiciones vinculadas al imperante gobierno militar. Si ibas en el colectivo, en el tren o

Cafayate

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Por Claudio Sprejer  Durante todos estos años en los que, en paralelo a mí actividad docente,  decidí ir plasmando escritos, en algún libro editado,  en artículos, en relatos sin un norte determinado (el eterno pedido de los profesores de literatura de tener un "hilo conductor " al que naturalmente me resisto), novelas sin terminar,  un blog y alguna que otra poesía, cada tanto me pasa que,  si alguien lee algo de mi producción,  me pregunta, dependiendo de la edad del inquisidor: "Profe, ¿eso que leí de la chica que le pone el revólver ahí,  le pasó de verdad?", o tal vez provoca alguna afirmación del tipo de "cuando estoy leyendo,  es como si te estuviera escuchando hablar", todas cuestiones halagadoras,  pequeños triunfos cotidianos pero que me han obligado,  a veces incluso con alguna dificultad, a aclarar que, si bien siempre hay algo de uno en lo escrito,  los hechos en general suceden en la cabeza del escritor,  y quizás tengan que ver con la necesi

Salta

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 Por Claudio Sprejer  Me gusta viajar. ¿Me gusta? Pensé: viajar (solo) es un ejercicio,  como los que hacen running, como me convencían durante cientos de páginas las palabras de Murakami,  y uno, a través de su lectura fantaseaba con vivir la misma sensación que soltaban sus palabras. A decir verdad me sentía un poco frustrado,  extrañando la comodidad de mi casa, de mi lugar seguro. El personaje que conocí estaba solo, como yo, tomando un cafecito frente al Convento San Bernardo, cerquita del centro Salteño.  La mañana invernal estaba nublada, apacible. Yo venia de estar puteando contra las aglomeraciones de gente y la fila interminable que se había formado para subir al teleférico.  El efecto del desborde vacacional,  la ansiedad porteña y un resabio angustioso producto de mi provocada soledad,  me había poseído, pero al mismo tiempo me encontraba pensando que, de haber estado acompañado,  seguramente hubiese caído en la hipocresía de simular lo lindo del lugar y hubiese hablado de

Luna de Paraguay

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Por Claudio Sprejer   El 110 vino al toque, al punto de que me obligó a hacer un trotecito cruzando en verde la Avenida Nazca, quizás provocando la puteada de algún ciclista desprevenido que, pedaleando casi dormido habrá visto a una mole cruzar torpemente en penumbras. Las 6,30 A.M. son un poco crueles, frías, depresivas.  Me subí , sin barbijo, desubicado. Me senté dos filas detrás de la segunda puerta. Fantaseé con mirar el celular - últimamente me aburre -, fantaseé con dormir - imposible -. El bondi vuela, ya estamos sobre el Metrobús de Juan B. Justo, ¿ese que subió es mi alumno? - no quiero hablar con nadie y mucho menos de compromiso -  Me parece que sí, menos mal que entre el barbijo que me acabo de poner y el gorro, él no se va a dar cuenta que soy yo, o quizás él tampoco quiera hablar con nadie.  Canning y Corrientes. Sube una maestra que conozco. Sonríe sola. Debería hablarle, pero soy vergonzoso (al límite de la cobardía). ¿Cómo voy a hacer para sostener una conversación